jueves, 4 de marzo de 2010

PROYECTO_tirando a dar (1/4)

“tirar a dar, y no a ver qué cae, y no a ver si cae algo” (1/4)

Anish Kaapor

Esta es la 1ª de una serie de 4 entradas. Servirá de presentación y también de justificación para las otras tres. Aquí se plantea la conveniencia (y también la exigencia) de trabajar haciendo pre-visiones que normalmente se obvian y son pasadas por alto. Básicamente: la de tener en cuenta necesidad de tener muy claro (1º) qué es lo que vamos a hacer y (2º) a quién está destinado eso que vamos a hacer.

La consigna, ya lo sabemos, es “tirar a dar, y no a ver qué cae, y no a ver si cae algo”. Pero en este tirar a dar intervienen al menos dos elementos: (1º) la cosa que tiramos (metafóricamente hablando, claro; en nuestro caso: la obra que proyectamos hacer), y (2º) eso que constituye el blanco de la diana al cual tiramos (en nuestro caso: el destinatario de nuestra obra). (En este “tirar a dar”, un tercer elemento sería el “tirador”, o sea: .)
En la 2ª de esta serie de 4 entradas veremos algo que ya hemos comentado en clase: por qué estamos obligados a concebir la práctica artística como realización de un proyecto (proyecto = “poética”).
En la 3ª de esta serie de 4 entradas veremos qué es y cómo se gestiona un proyecto.
En la 4ª y última de esta serie de 4 entradas, veremos cómo se aplica lo anterior a la práctica artística, y cuál es la metología que vamos a seguir en clase para desarrollar nuestros proyectos: el proyecto propuesto como ejemplo que vais a realizar todos vosostros, y el proyecto personal de creación artística que cada uno de vosotros va a diseñar.
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Pensar y actuar de una forma crítica y sistemáticamente fundamentada. Comprender el Arte y las prácticas artísticas del mismo modo. Estos son objetivos básicos para nosotros.
En efecto, nuestra meta es adquirir una formación que nos permita pensar y trabajar de una forma fundamentada: con fundamento. Nosotros no podemos trabajar al tún-tún, dando palos de ciego para ver si nos sale algo, para ver qué sale. Nosotros no podemos, por ejemplo, pintar atolondradamente y como si pintar fuera algo semejante a tirar los dados: cosa de suerte, algo sobre lo que uno apenas ejerce control alguno. Nosotros no podemos trabajar para ver si suena la flauta (y, en el caso de que suene, para ver cómo suena, si suena bien, si nos gusta como suena, etc.). Nosotros, siguiendo con el símil de la flauta, tenemos que saber qué es una flauta, cómo hacer que la flauta suene, y cómo hacer que la flauta suene como nosotros queremos que suene. Insisto, no podemos trabajar al azar. Nuestra formación exige de nosotros que trabajemos seriamente, como profesionales, de un modo fundamentado y, como dice el título de esta entrada, “tirando a dar, y no a ver qué cae, y no a ver si —por casualidad— cae algo”.
TIRAR A DAR, Y NO A VER QUÉ CAE, Y NO A VER SI CAE ALGO
Al principio del curso os pregunté: “¿a quién le gustaría exponer un cuadro —o hacer una exposición— y que su trabajo pasara inadvertido?”. Como recordareis, a nadie le gustaría que le sucediera esto.
Después os planteé: “Bueno, ¿y qué hacéis para evitarlo?” Estaréis de acuerdo conmigo en que esta pregunta os dejó bastante perplejos, y que la respuesta a esta pregunta fue que nunca os habíais planteado esta cuestión.
A nadie le gustaría exponer un cuadro —o hacer una exposición— y que su trabajo pasara inadvertido, porque lo que nos gusta a todos es que nuestro trabajo se aprecie, sea valorado y se convierta en objeto de reconocimiento.
Trabajamos con la íntima aspiración de conseguir admiración (la nuestra en primer lugar, por supuesto). Pero, solemos centrarnos tanto en hacer cosas que nos gusten (a nosotros mismos), en darnos el gusto de hacer cosas que nos gustan (que nos da gusto hacerlas, que el simple hecho de hacer-las nos proporciona gusto), que nos olvidamos de tener en cuenta que el destino de las “obras de Arte” sólo se consuma cuando son socializadas, es decir, al ser contempladas por otros. Como decía Marcel Duchamp, Ce sont les regardeurs qui font les tableaux: “son los espectadores los que fundan los cuadros [las «obras de Arte»]”.
Sabemos que cualquier cosa puede ser [estar para alguien como] una “obra de Arte, un urinario, etc. Porque, como dijo D. Formaggio, “Arte” è tutto ciò che gli uomini chiamano arte “«Arte» es todo aquello que los hombres [las personas] llaman arte” (Arte, 1973).
Sabemos, en efecto, que cualquier cosa puede ser/estar como una “obra de Arte”, y también qué significa esta afirmación. Pero merece la pena no perder de vista que, además de lo obvio, la afirmación “cualquier cosa pueda ser Arte” también significa lo siguiente:
Que decir de algo que es Arte —que es una “obra de Arte”— es hacer una afirmación irrelevante. Porque, si cualquier cosa puede ser Arte, decir de algo “eso es Arte” es hacer una afirmación tan absolutamente banal como decir de algo que es una cosa: ¡todo es una cosa! Así que, cuando decimos de algo que es Arte —que es una “obra de Arte”—, decimos bien poco, ya que ¡de cualquier cosa puede decirse que es Arte!
En consecuencia, decir de algo que es Arte —que es una “obra de Arte”— es irrelevante.
Lo que resulta relevante no es que de algo (un urinario, una gran forma plateada, un cuadro, etc.) alguien diga que es una “obra de Arte”, ni tampoco que ese “algo” sea [esté para alguien como] una “obra de Arte”. Lo relevante es que algo sea relevante como “obra de Arte”.
La relevancia de cierta “obra de Arte”, que algo consiga relevancia en el “mundo del Arte”, esto es lo que importa. De hecho, de las infinitas “obra de Arte” existentes y por existir, sólo nos importan aquellas que resultan socialmente relevantes: son las únicas que se tienen en cuenta.
Y eso —la relevancia— es lo que buscamos cuando hacemos Arte: no meramente hacer otra “obra de Arte” más, sino hacer algo que pueda llegar a ser relevante como “obra de Arte”, hacer una “obra de Arte” relevante.
Por eso a ninguno de vosotros le gustaría exponer un cuadro y que ese cuadro pasara inadvertido. Si nadie se fija en él, ese cuadro está condenado a resultar irrelevante —está condenado a la inexistencia fáctica en el mundo del Arte. Porque la existencia de las cosas a las que nadie presta atención pasa desapercibida, y las cosas que pasan desapercibidas no son tenidas en cuenta y jamás pueden alcanzar la relevancia.
Decía un filósofo irlandés (George Berkeley, 1685-1753) que esse est percipit («ser es ser percibido»). En el mundo del Arte esta afirmación es radicalmente cierta. [► explorar George Berkeley]
Esto es así, y ninguno de nosotros lo ignora (aunque con frecuencia nos liemos la manta a la cabeza y hagamos como que no somos conscientes de ello). Sabemos que esto es así, pero, ¿hacemos algo para evitar que nuestros cuadros naufraguen en la irrelevancia? Me refiero a algo concreto y eficaz en términos pragmáticos, y no, por supuesto, al hecho simple y puro de que lo deseemos. Porque a la hora de conseguir algo no basta con desear que ocurra.
fotografía de uno de los carteles usados por una empresa de formación en una campaña publicitaria (2008)
Como he dicho antes, cuando nos ponemos a trabajar solemos no tener en cuenta dos cosas muy importantes:
1ª. Que el destino de las “obras de Arte” (es decir, eso que consagra a las “obras de Arte” como tales “obras de Arte”) sólo se consuma cuando las “obras de Arte” son socializadas: asumidas como tales “obras de Arte” por la sociedad. Y
2ª, que, cuanto más relevante (¿valdría decir “reveladora”) se torne una “obra de Arte”, mayor será el grado de socialización que alcance; o viceversa, que cuanto mayor sea el grado de socialización que alcance mayor será su relevancia como “obra de Arte”.
No es éste el lugar para hablar de cómo se accede a la “relevancia”, y menos aún soy yo competente para abordar semejante empresa. Pero a nosotros nos basta con no perder de vista lo siguiente: si queremos que nuestras “obras de Arte”, en vez de pasar inadvertidas, resulten relevantes como “obras de Arte”, entonces no podemos trabajar como la persona que hace terapia ocupacional, y cuyo objetivo es hacer algo que repercuta en su salud (mental o de otro tipo); tampoco podemos actuar como la persona que hace algo para “pasar el rato”, sin más propósito que entretenerse haciendo eso que hace; y parece un poco iluso trabajar pensando que algún día vendrá no sé quién de no sé dónde ni por qué, verá qué hago, se dará cuenta de que mi trabajo es digno de que toda la humanidad le rinda veneración, hará todo lo preciso para que esto suceda (esta persona tiene que poder hacer esto), sacará mi obra de la irrelevancia, y conseguirá que todo el mundo reconozca mi genialidad y se postre beatíficamente ante mi obra.
Si queremos que nuestras “obras de Arte” no pasen inadvertidas, si lo que queremos es que resulten relevantes como “obras de Arte”, entonces no podemos liarnos la manta a la cabeza atolondradamente, tenemos que asumir que conseguirlo no es cosa de suerte, sino de “marketing”.
Acabo de usar la palabra “marketing”, sí; y aclaro de inmediato que me he servido de ella con el propósito de provocar (aunque, como vamos a ver, no sólo por eso). En primer lugar, porque la palabra “marketing” nos hace pensar en técnicas orientadas al logro del éxito mercantil y a la obtención de dividendos monetarios. El Diccionario de la Real Academia dice que la palabra “marketing” es el anglicismo empleado para hablar de “mercadotecnica”, y define la mercadotencia como “Conjunto de principios y prácticas que buscan el aumento del comercio, especialmente de la demanda”, y también “Estudio de los procedimientos y recursos tendentes a este fin”.
Cuando está tratándose el venerable asunto del Arte, lo mismo que cuando está tratándose del trascendente asunto de lo sagrado (quiero decir de Dios, del Amor, etc.), hablar de mercado, de dinero o de estrategias comerciales suele resultar “feo”, incomodante y, por eso mismo, impertinente (ver las primeras páginas de: CAREY, J.; ¿Para qué sirve el arte? Traducción al español de What Good Are the Arts? (Londres 2005) realizada por T. Arijón. Debate, Barcelona 2007).
Añadiría una nueva provocación a la provocación anterior si además dijera que el Arte, al fin y al cabo, no es otra cosa que un tipo específico de mercado (¿acaso no hay mercancías de naturaleza simbólica, “capitales simbólicos”, y mercados para la tasación y el intercambio todo esto?). Así que ¿debería decirlo, o debería hacer como suele hacerse: correr un [es]túpido velo sobre este asunto, y mantener nuestro asunto en los etéreos resplandores del limbo artístico?
Con la palabra “marketing” se designa el conjunto de técnicas con las que, valiéndose de estudios de mercado, se intenta lograr el máximo beneficio en la venta de un producto. Éste es el sentido de la palabra marketing en una frase como la siguiente: “mediante el marketing podrán saber a qué tipo de público le interesa su producto”. Aunque esto pueda parecernos algo ajeno a nuestras preocupaciones, conviene reparar en las dos cosas siguientes:
Primera. Cuando se habla de “estudios de mercado” se alude a una estrategia que a nosotros puede resultarnos muy útil no perder vista. La estrategia consiste en, a la hora de producir algo (en nuestro caso, cuadros/“obras de Arte”), tener en cuenta a las personas a las que está destinado eso que hacemos. Porque en ningún caso trabajamos ni para la Humanidad en su conjunto —que es algo abstracto e inconsistente, por eso suele decirse: “para todo el mundo y para nadie”—, ni tampoco como el que arroja al océano un mensaje dentro de una botella preguntándose, como Pink Floyd, Is There Anybody Out There? (“¿Hay alguien ahí fuera?”) [Is There Anybody Out There? The Wall Live 1980-1981 es título de un álbum de Pink Floyd publicado en el año 2000].
carátula del disco de Pink Floyd Is There Anybody Out There? The Wall Live 1980-1981 (2000)
En efecto, a la hora de producir algo que está destinado a “socializarse” (un “mensaje”, un electrodoméstico, pero también cuadros/“obras de Arte”), merece la pena tener en cuenta a las personas a las que está destinado el producto que hacemos, es decir, eso que los expertos en publicidad denominan “target” [►explorar: Target (o Grupo objetivo)]. Porque, cuando tomamos en consideración los deseos y las posibilidades de los destinatarios del producto que queremos producir, tenemos muchas más posibilidades de tener éxito, es decir, hacer algo que suscite interés y que sea bien acogido. Por otra parte, teniendo en cuenta a quién o a quiénes está destinado eso que hacemos, minimizamos el riesgo de actuar como la voz que clama en el desierto, es decir, de que eso que hacemos únicamente sea escuchado por el viento, quiero decir: resulte irrelevante. Esto es algo en lo que hay que pensar.
(Ojo: no se trata —o, al menos, no es eso a lo que yo estoy refiriéndome— de ver qué es lo que quiere tal o cual persona o grupo de personas, y de hacer, después, eso que quieren otros. Se trata de, una vez que hemos decidido qué es lo que queremos hacer nosotros, tener en cuenta cómo conseguimos que nuestro trabajo, en vez de resultar irrelevante, resulte atractivo y de interés para las personas a quienes está destinado nuestro “producto”: el “mundo del Arte”, tal sector específico del “mundo del Arte”, tal institución concreta, etc. Del mismo modo, cuanto más claro tengamos qué es lo que queremos hacer, tano más eficaces resultarán nuestros esfuerzos para conseguirlo, y mayores nuestras posibilidades de hacer algo “bueno” (recordaréis que en clase hemos explicado cuándo y por qué puede decirse de forma fundamentada de una “obra de Arte” que es buena). Cuanto más claro tengamos a quién está destinado nuestro trabajo más fácil será hacer lo que conviene para que nuestro “producto” llegue a dónde queremos situarlo. Una vez más: se trata de tirar a dar, y no a ver qué cae, o a ver si cae algo.)
Segunda. Cuando se habla de “lograr el máximo beneficio en la venta de un producto” puede tenerse en cuenta la siguiente concatenación de perogrulladas: (1ª) para que un producto se venda (y esto resulta imprescindible cuando de lo que se trata es de generar un beneficio máximo), hace falta que este producto sea comprado por cuantas más personas mejor — porque lo que no se compra no se vende; (2ª) para que un producto sea comprado hace falta que la gente lo conozca (nadie siente el deseo de comprar algo cuya existencia desconoce); y (3ª), una vez que mucha gente —o, mejor aún, que la gente a la que está destinada el producto que producimos— lo conoce, este producto será comprando —y por tanto vendido— únicamente por aquellas personas a las que este producto les resulte deseable, tan deseable como para que quieran disponer de él en propiedad y se decidan a adquirirlo.
Esto, hablando en términos de compra-venta pura y dura. Pero la cosa no sólo es así, y lo dicho también vale para el caso siguiente: yo hago cierto producto (una “obra de Arte”, una serie de “obras de Arte”, etc.), pero no con la intención de venderlo, sino con el propósito de darme a conocer, es decir, para alcanzar cierto grado de relevancia, o lo que es lo mismo, para ser tenido en cuenta por cierto grupos de personas; no, claro está, por las personas que viven en mi calle, o mis familiares, etc., sino por ciertas personas del “mundo del Arte”, en concreto, esas que a mí me interesa que me conozcan y me valoren (y que yo debería saber quiénes son). En este caso, “lograr el máximo beneficio en la venta de un producto” pasa a ser “lograr que mi trabajo alcance el máximo de reconocimiento por parte de ciertas personas”.
De nuevo estamos dónde antes: hace falta tener muy claro qué es lo que quiero hacer (mi obra), porque si no, daré palos de ciego, mi obra será confusa, y, al ser confusa, no tendrá fuerza, y se debilitarán mis posibilidades de no resultar irrelevante y de llamar la atención y captar el interés de las personas que constituyen el “target” de mi trabajo. Y hace falta tener muy claro a quiénes está destinada mi obra.
Una vez más: no es éste el lugar para hablar de cómo se accede a la “relevancia”, y menos aún soy yo competente para abordar semejante empresa. En cualquier caso, es obvio que tener en cuenta lo anterior es mejor que ignorarlo.
Hemos sido educados en el prejuicio que asegura que el artista trabaja impremeditadamente. No hace cálculos ni previsiones. Le basta con que le venga la inspiración... ¡Para eso es un genio! (¿acaso se puede ser un artista sin ser al mismo tiempo un genio? La gente dirá que no, que el artista que no es un genio no es un artista, sino un artesano.) Pero uno de los “genios” más importantes de toda la historia del Arte, Pablo Ruiz Picasso, afirmaba que él no creía en la inspiración, explicaba que una “obra de Arte” es el resultado de un 99% de transpiración y un 1% de inspiración, y añadía que, en cualquier caso, si te viene la inspiración, lo mejor es que te pille trabajando. El rollo del artista genial e inspirado queda bien en las películas, como casi todos los estereotipos, pero no es más que eso: un “tópico”, es decir, un motivo retórico o literario, un pseudo-medicamento de uso externo y local. (Soy consciente de que todos hemos venido a esta Facultad de la mano de tópicos como éste.)
Hemos sido educados para pensar que hacer Arte es hacer eso que uno quiere hacer porque querer hacerlo es algo que le sale de dentro; básicamente: que hacer Arte es expresar-SE: decir uno qué piensa de esto o de aquello, cómo ve eso o lo otro, qué siente frente a tal o cual cosa y, en última instancia, hablar uno de sí mismo.
Bueno, parece que el derecho consuetudinario y la propia Constitución española avalan nuestro derecho a decir lo que nos da la gana — eso que sentimos que tenemos ganas de decir. La cuestión es: eso que decimos (expresamos a través del Arte), ¿es algo que merezca la pena oír? ¿A quién —aparte de a nuestra madre y a las personas que más nos quieren— le importa qué pensamos nosotros de esto o lo otro, qué sentimos, cómo nos sentimos, etc.? ¿Nos importa a nosotros, acaso, qué piensa o qué siente o cómo se siente alguien que nos resulta irrelevante? Para que la gente se interese por lo que hacemos, y le preste atención y lo valore, en vez de ignorarlo condenándolo a la irrelevancia, ¿basta con que expresemos lo que pensamos, lo que sentimos, etc.?
Sí, el consolador ideal romántico del Arte ha inducido a más de uno a naufragar en un narcisismo infantiloide y autista. Por eso, y refiriéndose a la formación que se impartía en los centros estadounidenses destinados a preparar artistas, Robert Hughes (ya sabéis, el autor de El impacto de lo nuevo) afirmó de una forma bastante agria que “gracias a la aburrida obsesión americana por los terapeutas, sus clases de arte durante las décadas de los sesenta y setenta tendieron a convertirse en parvularios, cuyo objetivo no era tanto transmitir las difíciles habilidades de la pintura y la escultura, sino la de producir personalidades «realizadas». En esto nadie podía fallar.” (Hughes, R.; A toda crítica. Ensayos sobre arte y artistas. Traducción al español de Nothing If Not Critical (New York, 19490) realizada por A. Coscarelli. Anagrama, Barcelona 1992; pág. 21). Lo que afirma Hughes que sucedía en Estados Unidos, y en las décadas de los sesenta y setenta, ¿sólo ocurría en Estados Unidos?, ¿ya no ocurre?
Insisto en lo que dije al principio. Nosotros disponemos de una formación que nos exige pensar y trabajar de una forma fundamentada. Nosotros no podemos trabajar al tún-tún, dando palos de ciego a ver qué sale. Nosotros no podemos, por ejemplo, pintar atolondradamente y como si pintar fuera algo semejante a tirar los dados: cosa de suerte, algo sobre lo que uno apenas ejerce control alguno. Nosotros no podemos trabajar para ver si suena la flauta (y, en el caso de que suene, para ver cómo suena, si suena bien, si nos gusta como suena, etc.). Nosotros, siguiendo con el símil de la flauta, tenemos que saber qué es una flauta, cómo hacer que la flauta suene, y cómo hacer que la flauta suene como nosotros queremos que suene. Insisto, no podemos trabajar al azar. Nuestra formación exige de nosotros que trabajemos seriamente, como profesionales, de un modo fundamentado y, como dice el título de esta entrada, “tirando a dar, y no a ver qué cae, y no a ver si —por casualidad— cae algo”.
Respecto de la identificación del Arte con un Mercado. ¿Conocéis la siguiente obra de Joseph Beuys? [ojo: KUNST significa ARTE, y KAPITAL ya lo sabéis)


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